
Andrés me abrazó. Me gustaba cuando él me apretaba contra su pecho, con una fuerza que sabía hacerla notar. Transmitía calidez y protección y a mí, aquello, le gustaba. Nunca, hasta que lo experimenté con él, había sentido el calor de alguien en un abrazo.
—¿Estás segura?
—Sí. Solo quiero terminar con esto de una vez —le dije.
Era mi deseo, mi anhelo; salir de esa vida, de la misma forma que aspiré a abandonar las calles de mi barrio y la mierda de convivencia con mi madre.
—Nos viene bien, es verdad. Pero podríamos continuar sin ellos… qué más darán unos euros arriba o abajo. —Andrés me sonreía y acariciaba la mejilla.
Yo sentía ese calor y esa manera de decirme que me quería. Y me gustaba. Sobre esto, Andrés podía tener razón. Lo normal hubiera sido que me olvidara de ese servicio que había surgido ayer a última hora. Pero me era muy tentador. Y no me estaba refiriendo al sexo. Mi interés era puramente crematístico. Mil euros por una noche.
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¡Muak!
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