Pasé el COVID (o la COVID, que ya me hago lío) estas Navidades. Tuve que cenar en casa de mis padres casi arrinconada, en una mesa aparte. Al final sacamos la cara amable y graciosa de todo aquello y nos reímos. Somos una familia que en ese sentido nos carcajeamos de nosotros mismos y lo tomamos --casi todo-- con buen humor.
Antes de mí, mi hermano mayor, en los primeros días, cuando nada se sabía de este bicho, lo pasó. Solo se ha librado la familia de mi hermano pequeño. Ni él, ni su mujer, ni el pequeño, han caído. EL resto, todos. Incluido mi novio, el churri de mis amores.
Ahora están mis padres infectados. Son mayores, pero no ancianos, y los dos están juntos, pasando la cuarentena con libros películas, series y revistas. ME encanta ver a mis padres juntos, disfrutando de la compañía de cada uno de ellos, aunque sea en la pandemia. Han decidido que se hacen los test a la vez. Mañana. Y si el primeo da positivo, el segundo no se lo hace. "Saldremos a la vez", ha dicho mi madre.
Quiero llegar como ellos a mi vejez. Verlos tan compenetrados, tan unidos, con sus discusiones de tonterías y los achaques de su madurez muy avanzada. Me parece maravilloso que sigan haciendo cosas juntos. Lo último ha sido crear un club de lectura con algunos de sus amigos. Mi madre es la jefe, eso no lo dudé ni un momento. Pero ha sido capaz de juntar en su salón a diez o doce personas para hablar de un libro. "Los tuyos no, Lolita, que son un poco verdes." Así me lo ha dicho. "¿Por qué no escribes de otras codas, más... para nosotros?
Es posible que lo haga. No lo sé. Mi hermano que es un cachondo ha dicho que él lee en voz alta y cuando salga un taco, palabra sexual o acto íntimo, dirá un sonoro "pip".
El COVID ha tenido cosas buenas también. Como por ejemplo que hemos pasado mucho tiempo con nuestros seres queridos. O si hemos estado solos, como fue mi caso en el encierro de esos tres meses, cuando nos hemos juntado para comer o vernos todo ha sido más intenso.
Todo en la vida hay que mirarlo con una visión positiva. Sé que es difícil hacerlo en según qué circunstancias. Y no quiero dar clases de coaching a nadie. Ni sé hacerlo, ni pienso que deba. Pero mirar a la vida con optimismo, buen humor, arropado por una familia y unos seres queridos, es esencial.
Yo, por eso, tengo muchísima suerte.
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